
Me acaba de pasar: en un restaurante un papá fúrico porque el hijo, de unos cuatro años, lloraba sin poderlo calmar. Primero intentó por “las buenas”, hablando y tratando de explicarle que no tenía que hacer ese berrinche pero el crío no paraba. Empezó a desesperarse, lo veía cada vez más serio, hasta que soltó la famosa frase: “Pareces mariquita”.
No tienen idea de lo histérico que me puse; estuve a punto de levantarme de la mesa y decirle los 2534 insultos que se me ocurrieron en menos de tres segundos pero la persona con la que estaba me contuvo por fortuna la mamá del niño actuó rápidamente y le dijo que no tenía nada de malo llorar.
El berrinche y el tema original en mi comida quedaron en segundo plano. La siguiente hora solo hablaba de eso; del terror que nos da a los padres que nuestros críos diferentes a lo que esperamos, sean “eso” que nos da miedo y todo aquello de la interminable lista de estupideces que muchas veces hacemos.
Aunque hay muchos avances, parece que los papás siguen condicionados a educar, criar y formar a los hijos llenos de etiquetas que, a su vez, solo están hechas por sus propios miedos y prejuicios.
Pensemos: este cuate, de unos 40 años, estaba “genuinamente” preocupado porque su hijo, de 4, tuviera un comportamiento que a él le pareciera “afeminado”. Entiendo perfecto todos los temores que, como mamás y papás, pueden tener sobre su futuro. Pero sin importar qué tan abiertos o conservadores sean, a la mayoría me imagino que les gustaría que no tuvieran que enfrentarse a la sociedad para defender su forma de amar; les gustaría tener nietos y vivir las historias que han contado por años como la tranquilidad y la felicidad.
Pues les tengo una noticia: sin importar formas de ser, comportamientos u orientaciones sexuales, la vida de los hijos, así como nos ha pasado a todos, tendrá sus propias complicaciones.
La chamba como papás es llenarlos de herramientas y aprendizajes para que puedan enfrentarles de manera libre, sin miedos ni prejuicios y con la total confianza de que estamos ahí para respaldarlos.
Por supuesto no podemos saber si un niño que llora va a ser homosexual. Lo sea o no, ¿se imaginan el dolor y el miedo que le va a representar demostrar sentimientos en su vida adulta? Y luego nos preguntamos por qué tenemos una sociedad llena de hombres que no se vinculan de verdad con su pareja y se guardan las cosas que sienten. Simple: porque así les dijeron que debía ser.
Ahora bien, si el crío en verdad tiene una orientación homosexual, qué triste y terrible vivir desde esa edad con la carga y la mortificación de que tu padre, una de las figuras más importantes de tu vida, te rechace, te evidencie y te señale de esa forma. ¿Así qué autoestima o confianza se puede construir? Y luego nos quejamos de que todo el mundo ande enrivotrilado por la vida.
Como papás no deben preocuparse por la orientación sexual que tendrán, igual van a crecer, se van a enamorar y les romperán el corazón; pero lo que sí está en sus manos es que con los años que están bajo tu cuidado se sientan amad@s, respaldos y totalmente aceptados por lo que son y no por lo que esperas que sean tus hijos.
Cuando entendemos que el amor de padres es lo que blinda el crecimiento y los va a ayudar a tomar mejores decisiones para su vida, les aseguro que te dará igual pensar que algún día te pueda presentar a un novio… o una novia. Igual te sentirás pleno de saber que será un adulto feliz.
Genial artículo amigo, por desgracia, el sistema educativo y no hablo solo de centros de educación sigue arrastrando demasiadas lacras. La gente se pasa la vida clamando por un mundo mejor, pero es incapaz de darle a su propio hijo , una mejor educación, que la que nos ha llevado a este mundo que la mayoría reconocemos lleno de dramáticas imperfecciones.
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